Un palacio viejuno que estaba triste. Junto a él habían edificado un nuevo museo por el que todo el mundo se interesaba, al que llegaban todos los presentes. Como estaba triste, triste, triste, sus habitantes (porque con las horas que echaban allí se habían convertido en eso), pensaron y pensaron y pensaron y decidieron prepararle una fiesta por si acaso la despedida estaba cercana.
Cuando el viejuno palacio abrió los ojos el sábado por la mañana, se encontró a un cocinero andalusí que rodeado de niños guisaba entre fogones y ollas -“¿qué es esto?”, pensó, mientras sentía como unas manos le engalanaban la solapa con flores y contemplaba admirado las telas que flotaban entre sus columnas, las esferas de luz que se iban encendiendo para iluminar tenuemente sus patios, las velas que flotaban en el estanque… De repente, la música empezó a sonar: guitarras, trompas, jazz y versiones de canciones de juglares como un tal axl rose, que al parecer una noche de juerga pisó el cable más de la cuenta…
No sabía dónde acudir, todo él era melodía. Niños, y más, y más niños lo miraban embelesados. Y cuando creyó que todo había finalizado, cinco jinetes atravesaron sus puertas para ofrecerle un maravilloso regalo: un libro de relatos en los que él, sólo él, era el absoluto protagonista.
Y esa noche, por fin, consiguió no soñar con patadas en la espinilla a ese siamés que le habían endosado.
Fin.
Día Internacional del Museo en el Museo Arqueológico
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